Elementos inmateriales
Incluye un estudio de investigación sobre la antropología y su contextualización en el Patrimonio Comunitario del territorio, identificando todos los recursos del Municipio y su vinculación a la creación de productos, itinerarios culturales y turísticos.
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El narigón. ( venta de terneros)
El comercio ha sido una institución fundamental para entender la vida en las localidades de la Tebaida. La economía familiar estaba inicialmente enfocada hacia el autoconsumo, pero debía contar en muchos casos con el ingreso obtenidos del comercio. Cada producto tenía su propia forma de venta. En el caso de las castañas y las nueces los compradores se desplazaban a los distintos pueblos y después del pesaje abonaban el importe y recogían el producto. En cambio con la venta de los terneros el comercio se regía de un modo distinto. El vendedor debía llevar el ternero hasta el lugar de la venta, con el sacrificio y el esfuerzo que suponía y asumiendo el riesgo del transporte, así como la merma del peso del ternero fruto del desplazamiento a través de escarpadas subidas y peligrosas bajadas. Para todo ello, el narigón desempeñaba un papel fundamental, pues ayudaba al control del ganado durante la travesía, aunque no siempre. -
La siembra y los chanos.
La supervivencia de los pobladores de estos valles de la Tebaida berciana dependía en gran medida de la combinación de las prácticas ganaderas con la producción agrícola. Si bien, la interacción con el medio natural resultaba enormemente dura y arriesgada por varios motivos, tal y como se describe en el audio que adjuntamos como testimonio etnográfico. En primer lugar por las inclemencias del tiempo, puesto que se realizaba la siembra a principios del mes de septiembre coincidiendo con las fiestas de la Encina, y para la fiesta del Cristo tenía que estar ya todo sembrado, pero coincidía con la venida de grandes tormentas y grandes riadas. Y, por otro lado, la labor agrícola estaba muy condicionada por la pendiente de las laderas, lo cual hacía muy difícil el cultivo en todas sus fases, desde la siembre hasta el abonado y la recolección. Esto implicaba una enorme pericia en el uso de los animales de tracción y un gran conocimiento del terreno. En algunos casos, cuando era posible se construían artificialmente los llamados chanos, terrenos que ofrecían la posibilidad de ser aplanados para un mejor cultivo, si bien, solamente era posible en pocas ocasiones. La tendencia era a buscar los chanos naturales para el cultivo del cereal. En esta tarea, generalmente masculina, en algunas ocasiones requería toda la fuerza y la maña posible y las mujeres formaban parte también del esfuerzo colectivo. -
Ir con el capazo
La expresión "ir con el capazo" pone de manifiesto desde el punto de vista etnográfico la importancia de la propiedad de la tierra y de algún ganado en estos contextos de montaña con una economía de subsistencia. En el documento etnográfico que se presenta se hace alusión a cómo la posesión de la tierra ha sido una aspiración pues era el elemento de supervivencia y de reproducción familiar. Todos aquellos que no lograban este patrimonio se veían abocados a emplearse por cuenta ajena sin posibilidades de ascenso social. A esto alude la expresión, a la necesidad de la generosidad de los vecinos para la ayuda de esta clase social. La red de vecinos y conocidos, así como la red de parientes ha servido como mecanismo de protección en momentos donde no existía la protección estatal. Estas redes de solidaridad vecinal forma parte de la memoria de los distintos lugares y se recuerda con nostalgia. -
Palomar de Villanueva.
La economía tradicional en la Tebaida estaba basada en el aprovechamiento extensivo de cada uno de los recursos que la naturaleza aportaba. Este aprovechamiento se extendía a todos los animales que permitían la domesticación y el control por parte de los habitantes del lugar. La reproducción social de las distintas familias dependía del equilibrio mantenido por las distintas fuentes de recursos: ganado vacuno, cabrino y ovino, la huerta, el cultivo del cereal, el aprovechamiento de las castañas y las nueces, así como también en algunos momentos la caza. Completando este conjunto de formas productivas se encuentra el cuidado y cultivo de palomas en edificios singulares denominados palomares. Estos palomares, habituales dominadores del horizonte en Tierra de Campos en la meseta castellana fueron frecuentes también en la comarca de Bierzo y aparecen en los valles de la Tebaida, si bien en un estado abandonado y ruinoso. Cacabelos, Bembibre, Noceda y Rimor son algunas de las localidades que cuentan con alguno de ellos. El palomar que describimos se encuentra en Villanueva del Valdueza, en la parte superior de la localidad y de propiedad privada, situado en una zona conocida como "los trigales", debido a que se encuentra en una tierra donde habitualmente se sembraba trigo, acompañado de otros cultivos como guisantes y habas gallegas. De planta circular con una entrada inferior tapada en gran medida por la maleza, de una sola planta con más de doscientos nidales para el cultivo de palomas y pichones, y con una abertura en la parte superior para facilitar la entrada de los animales. La construcción de palomares ha tenido una clara función económica pues sirvió para la cría de colonias de palomas que aportaban a través de los pichones una importante fuente de proteínas para la dieta de muchas familias, al tiempo que suponía un excelente abono para las tierras a través de la palomina, excremento de las palomas rico en nitrógeno, excelente tanto para las tierras de cultivo como para las huertas familiares. -
Apañadera
La apañadera es un objeto tradicionalmente usado para la recogida de la castaña después de haber sido vareada por los hombres de la comunidad en los castaños propios o en los castaños comunes. Tradicionalmente ha sido un trabajo femenino complementario al trabajo masculino que consistía en subirse al árbol y varear. Es el objeto utilizado con anterioridad a los guantes que se usan actualmente para evitar que los erizos puedan hacer daño en las manos. Las apañaderas o pañaderas tenían forma de pinza y se usaban para pañar o apañar junto con la fardela o morral, objeto que también formaba parte de la práctica de la recogida de la castaña y que es denominado en algunos lugares como Curuxa o Curuxin. Relacionada con este objeto y este término se encuentra el término Pañadora o Apañadora que describe a la mujer que recoge con las fornazas o pañaderas los erizos de las castañas al varear. Este instrumento era elaborado artesanalmente con la madera del mismo árbol tal y como se describe en el audio que completa este elemento. Ha supuesto un conocimiento y una técnica artesanal que se ha perdido y solamente se conserva en la memoria oral. -
Costumbres asociadas al árbol: EL TEJO.
El tejo de San Cristóbal nació con la fundación del pueblo, a principios del milenio pasado. Varios pastores de una aldea cercana, Manzanedo, tenían sus corrales en lo que ahora es San Cristóbal. Para no alejarse mucho de los animales, se terminaron estableciendo en la zona, construyendo una ermita románica de planta rectangular a la que acompañaron plantando un tejo a su lado, como rezaba la tradición. De este modo nació el árbol de San Cristóbal, enmarcado en la creciente vida del Valle del Silencio con sus monjes eremitas, y los pastores de los montes Aquilanos. Poco ocurrió, afirmó Aurelio, hasta el año 1800, cuando la iglesia fue trasladada al centro del pueblo y se dejó al tejo junto a los restos de la primitiva ermita, que fue reconvertida como cementerio. Ya en el siglo veinte, en plena Guerra Civil, el antiguo pedáneo recordó que los miembros de la guardia civil perseguían a los republicanos por la zona, y cuando descansaban en el pueblo, practicaban el tiro disparando a las ramas del árbol. En la posguerra, algunos vecinos del pueblos cortaban ramas del tejo para venderlas, pues su madera era muy apreciada para construir castañuelas y gaitas. Aurelio comentó que un vecino consiguió dos sacos de patatas por la venta de una rama grande, pero aseguró que estas prácticas estaban completamente prohibidas y con el tiempo se dejaron de hacer. En el presente, el árbol se ha convertido en un símbolo de la comarca, y cientos de visitantes se acercan a San Cristóbal para verlo. Este parece el futuro más cercano del árbol milenario, y es de esperar, porque como dicen los habitantes del pueblo «por algo será el segundo tejo más viejo del mundo». Un árbol mágico y unido al hombre El tejo siempre se ha asociado con la muerte y la magia, por el elevado contenido de toxicidad de sus hojas verdinegras. Es un árbol solitario, más propio de otras épocas que de las actuales, bajo y longevo. Los celtas lo llamaban «Ioho», y construían los mejores arcos con su madera. Pero también llevaban hojas frescas de tejo en su zurrón para suicidarse en caso de perder una batalla ante el invasor romano, o para restregarlas contra las puntas de sus flechas para hacerlas más mortíferas. En la Edad Media surgió la costumbre de plantar tejos junto a los cementerios y las iglesias, como un recordatorio de la muerte. Tirar los tejos. Pero no solamente se tenía esta acepción. En la tradición popular española existe una expresión utilizada muy común en la actualidad que tiene sus raíces en este árbol. «Tirarle los tejos a alguien» procede de la costumbre que tenían las muchachas de las aldeas, que arrojaban semillas de tejo a sus posibles pretendientes. Los árboles se convierten de esta manera en testigos de la vida de los hombres, sus costumbres, sus culturas y anhelos. La pervivencia de este tejo milenario es una prueba de que la convivencia entre el hombre y su medio natural es posible, y esa posibilidad es la única manera de que dentro de otros dos mil años las leyendas que se desempolven tengan como testigos de su existencia real árboles como el de San Cristóbal. -
Bailar el erizo
Bailar el erizo es una expresión que denota una práctica tradicional relacionada con el cultivo de las castañas y que ha sido documentada en los valles del río Oza. La economía de las distintas localidades que se sitúan en el valle ha estado condicionada en gran medida por el cultivo y el cuidado del castaño, como un elemento complementario fundamental en la alimentación de las familias que han habitado el lugar. El plantado del castaño, su cuidado y limpieza, así como la recolección del fruto, su transporte, almacenamiento y su posterior elaboración y consumo ha sido una práctica que ha supuesto la transmisión de conocimientos entre distintas generaciones. A su vez, ha sido objeto de múltiples transformaciones y cambios sucedidos en los últimos años, tanto en el cuidado del árbol como en su cuidado y comercialización. Se mantiene esta práctica viva en la memoria de los habitantes del valle la forma tradicional de proceder, tal y como se puede percibir en el audio que completa esta entrada. El modo de limpieza de los erizos de los castaños pasaba por lo que se describe como un baile de un modo figurado. Los hombres y mujeres se ponían unas botas y con ellas iban pisando los erizos para separar el fruto de las cáscara llena de pinchos cuando ya estaban curtidos, para luego con un rastro o rastrillo ir amontonando el fruto. El movimiento acompasado de las piernas sobre los erizos se consideraba como si fuera un baile. -
El jornalín del padre.
La vida en los valles de la Tebaida estaba determinada por la propiedad de los terrenos que generalmente se heredaban y se transmitían de generación en generación. Por tal motivo, los matrimonios, junto con el deseo de formar una familia, tenían también una función económica, pues permitían, a través de los hijos e hijas tener un apoyo para el duro trabajo diario. Las familias eran generalmente grandes, de seis o siete hijos la mayoría de ellas y dependía del nivel económico de la familia el poder mantener de forma suficiente a todos los hijos. En muchos casos, si la familia no disponía de tierra suficiente para sembrar o cultivar, se sufrían de carencias alimentarias, por eso, cualquier terreno era bueno para cultivar. En el audio que se adjunta aparecen algunos elementos destacados de esta dura realidad de la ruralidad tradiciona. En primer lugar, la prioridad del trabajo infantil como apoyo a la familia por delante de la formación educativa que permitía obtenerse en la escuela. Y, en segundo lugar, las diferencias sociales existentes en las distintas localidades. Algunas familiar eran más poderosas, pues habían podido acumular un mayor patrimonio y llevaban una vida más desahogada. En cambio, aquellas no tuvieran muy pocas tierras y propiedades, o muy poco ganado estaban sumidas en el círculo vicioso de la pobreza y buscaban cualquier lugar, por alejado que estuviera para poder cultivar al menos un pequeño campo de centeno. Estas familias, en muchas ocasiones contaban exclusivamente con el jornalín del padre, pero resultaba insuficiente. En el momento en el que aparecieron en la comarca, y fuera de ella nuevos empleos y nuevas formas de ganar dinero, comenzó la experiencia migratoria de una gran importancia en los valles de la Tebaida berciana.