Sobre mensulilla y bajo venera, el profeta Daniel, ligado a la Pasión, luce barbado y con gran turbante. De su mano izquierda pende una filacteria inscrita que lo identifica, en la que se lee tan solo DANIEL, seguramente precedida por la palabra PROPHETA.
El manto se anuda con un curioso nudo sobre su hombro izquierdo.
En una arquitectura formada por una hornacina flanqueada por pilastrillas que sostienen un frontón triangular, se destaca el relieve de la Resurrección sobre fondo avenerado.
Cristo, sobre el sepulcro y con nimbo dorado, se presenta victorioso, con los sayones que le custodiaban a sus pies. Su mano sostiene el estandarte de la victoria.
Estructura semicircular dispuesta en tres cuerpos y con otras tantas calles, separadas entre sí por cuatro complejas columnillas abalaustradas.
Predela, de la misma altura que el cuerpo superior, con motivos renacentistas en relieve y parte central destinada a acoger la puerta del tabernáculo. Todo ello, dorado y profusamente decorado.
En las estrechas calles laterales, sobre mínimas peanas, los profetas Daniel y Jeremías, con sus cabezas que resaltan con veneras en relieve de fondo.
Alterada por el cajeado que en una reforma de la cerraja se le hizo, se incidió una custodia de amplia basa, pie abalaustrado, flamígero viril y una cruz de calvario en su interior. La figura ocupa la portezuela en toda su altura.
Figura estofada en bulto redondo que muestra a un San Pablo de pie, barbado e incipiente calvicie, como es costumbre. Se atavía con vestido y manto, con complicadas vueltas. Su mano izquierda sostiene un libro cerrado y la derecha (ambas sobredimensionadas) una gran espada de la que se ha perdido la hoja .
Figura estofada en bulto redondo que muestra a un San Pedro de pie, barbado y con amplias entradas. Se atavía con vestido y manto y porta dos grandes llaves que sostiene con ambas manos.
En un tablero cuadrado, que hace pendant con San Ambrosio, este otro padre de la Iglesia se muestra en el desierto, sentado y escribiendo ensimismado un libro sostenido sobre sus rodillas, mientras otros varios de lujosas encuadernaciones constituyen una precaria biblioteca.
A sus pies, el león le tiende la pata, y un Crucificado preside la escena, que pese al desierto que evoca más parece bosque, por la profusión de naturaleza. De la rama de un árbol cubierto de hiedra pende una disciplina, con la que el santo extremaba su ascetismo.